El Señor corrige al que ama (Hb 12,5-7.11-13)
21º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura
"5 Habéis olvidado la exhortación dirigida a vosotros como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando Él te reprenda; 6 porque el Señor corrige al que ama y azota a todo aquel que reconoce como hijo.
7 
Lo que sufrís sirve para vuestra corrección. Dios os trata como a hijos,
 ¿y qué hijo hay a quien su padre no corrija? 11 Toda corrección, al 
momento, no parece agradable sino penosa, pero luego produce fruto 
apacible de justicia en los que en ella se ejercitan. 12 Por lo tanto, 
levantad las manos caídas y las rodillas debilitadas, 13 y dad pasos 
derechos con vuestros pies, para que los miembros cojos no se tuerzan, 
sino más bien se curen"(Hb 12,5-7.11-13).
Siguiendo
 el ejemplo de Jesús —que dio su vida por nuestros pecados, entregándola
 hasta la muerte—, los cristianos debemos luchar contra el pecado y ser 
perseverantes en las tribulaciones y persecuciones, porque si vienen es 
señal de que el Señor las permite para nuestro bien. Dios es un padre 
bueno, que educa tierna y firmemente a sus hijos. Nos corrige, mediante 
la contradicción, para hacernos santos (v. 10). De este modo, una 
enfermedad, o cualquier otra desgracia a los ojos de los hombres, puede 
ser el medio previsto por Dios para expiar por los pecados o para 
configurarse más con Cristo. Los sufrimientos son, pues, manifestación 
de ese amor paternal de Dios y al mismo tiempo prueba de nuestra 
condición de hijos suyos (v. 8). Conviene aceptarlos, porque son lo 
mejor para nosotros: «Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me 
ama con ternura, aun hiriéndome. (...) Y yo, que quiero también cumplir 
la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré 
quejarme, si encuentro por compañero de camino al sufrimiento? 
Constituirá una señal cierta de mi filiación, porque me trata como a su 
Divino Hijo» (S. Josemaría Escrivá, Via Crucis 1,1).

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