domingo, 23 de diciembre de 2018

CUARTO DOMINGO TIEMPO ADVIENTO

La Visitación de María a Isabel (Lc 1,39-45)


4º domingo de Adviento – C. Evangelio
39 Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; 40 y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; 42 y exclamando en voz alta, dijo:
—Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. 43 ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? 44 Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; 45 y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.
Contemplamos ahora la grandeza de María desde otros puntos de vista. Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama que María es «madre de mi Señor» (v. 43). Pero ser «madre de Dios» es también objeto de fe para María, y por ello es felicitada por Isabel (v. 45). Sin embargo, la fe de la Virgen traspasa la mera virtud personal, pues da origen a la Nueva Alianza: «Como Abrahán “esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4,18), así María, en el instante de la Anunciación, después de haber manifestado su condición de virgen, (...) creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu Santo, se convertiría en Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel» (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n. 14).
La montaña de Judea dista unos 130 km de Nazaret. Según una tradición que se remonta al siglo IV, la casa de Zaca­rías estaba en el actual pueblo de ‘Ayn-Karîm, a unos 8 km al oeste de Jerusalén. Allí el niño Juan salta de gozo en el vientre de su madre. Teólogos antiguos y modernos han visto en esa acción un indicio de la santificación del Bautista en el vientre de su madre: «Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.)

domingo, 9 de diciembre de 2018

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Preparad el camino del Señor (Lc 3,1-6).

2º domingo de Adviento – C. Evangelio
1 El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, 2 bajo el sumo sacerdote Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y recorrió toda la región del Jordán predicando un bautismo de penitencia para remisión de los pecados, 4 tal como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
Voz del que clama en el desierto:
«Preparad el camino del Señor,
haced rectas sus sendas.
Todo valle será rellenado,
y todo monte y colina allanados;
los caminos torcidos serán rectos,
y los caminos escarpados serán llanos.
Y todo hombre verá la salvación de Dios».
Los cuatro evangelios recogen la actividad del Bautista que precedió la vida pública de Cristo. Lucas la presenta con más detalle y orden: describe el marco general (vv. 1-2), la misión de Juan (vv. 3-6), el contenido de su predicación (vv. 7-14), su relación con el Mesías venidero (vv. 15-18) y su encarcelamiento (vv. 19-20).
Lucas sitúa en el tiempo y en el espacio la aparición pública de Juan Bautista (vv. 1-2). El año decimoquinto del imperio de Tiberio César corresponde al 27 ó al 28/29 de nuestra era, según dos cómputos de tiempo posibles (ver Cronología de la vida de Jesús, pp. 48-50). Poncio Pilato fue praefectus de Judea («procurador» en la terminología posterior) desde el año 26 al 36; su jurisdicción se extendía también a Samaría e Idumea. El Herodes que se menciona es Herodes Antipas, que murió el año 39. Filipo, hermanastro de Herodes Antipas, fue tetrarca de las regiones indicadas en el texto hasta el año 33/34. No es el mismo Herodes Filipo que estaba casado con Herodías, de la que se habla en el v. 19. El sumo sacerdote era Caifás, que ejerció su pontificado desde el año 18 al 36. Anás, su suegro, había sido depuesto el año 15 por la autoridad romana, pero conservaba mucha influencia en la política y la religión ju­días (cfr Jn 18,13; Hch 4,6). La mención de las circunstancias históricas, seguida de la expresión «vino la palabra de Dios sobre...» (v. 2), es frecuente en el inicio de muchos libros proféticos (Ez 1,3; cfr Os 1,1; Mi 1,1; So 1,1; etc.). De este modo el texto sugiere, como después afirmará Jesús expresamente (16,16), que Juan es el último de los profetas, y a través de él, Dios, con su palabra (v. 2), inaugura el último acto de la historia.
El evangelista presenta la figura del Bautista a la luz de un texto del libro de Isaías (vv. 4-6; cfr Is 40,3-5). En esta parte de Isaías se anuncia al pueblo hebreo que, tras el destierro de Babilonia, habrá un nuevo éxodo; entonces, el pueblo que caminará a través del desierto hasta llegar a la tierra de promisión ya no será guiado por Moisés sino por Dios mismo. El oráculo de Isaías citado es común a los tres evangelios sinópticos, pero sólo San Lucas recoge el último versículo: «Y todo hombre verá la salvación de Dios». De este modo, la dimensión universal del Evangelio se presenta desde la misión misma del Bautista. Todos, hasta los publicanos (v. 12) o los soldados (v. 14), tienen acceso a la salvación: «El Señor desea abrir en vosotros un camino por el que pueda penetrar en vuestras almas. (...) El camino por el que ha de penetrar la palabra de Dios consiste en la capacidad del corazón humano. El corazón del hombre es grande, espacioso y capaz. (...) Prepara un camino al Señor mediante una conducta honesta, y con acciones irreprochables allana tú el sendero, para que la ­palabra de Dios camine hacia ti sin obstáculo» (Orígenes, Commentaria in Ioannem 21,5-7).
Ante la venida inminente del Señor, los hombres deben disponerse interiormente, hacer penitencia de sus pecados, rectificar su vida para recibir la gracia que trae el Mesías.

domingo, 2 de diciembre de 2018

PRIMER DOMINGO ADVIENTO

Vigilad, orando en todo tiempo (Lc 21,25-28.34-36)


1º domingo de Adviento – C. Evangelio
25 Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra angustia de las gentes, consternadas por el estruendo del mar y de las olas: 26 y los hombres perderán el aliento a causa del terror y de la ansiedad que sobrevendrán a toda la tierra. Porque las potestades de los cielos se conmoverán. 27 Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre una nube con gran poder y gloria.
28 Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad la cabeza porque se aproxima vuestra redención.
34 Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros, 35 porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra. 36 Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre.
Las desgracias de Jerusalén son señales de cuanto acaecerá antes de la venida del Hijo del Hombre: la creación entera, cielos, tierra y mar, participará de la angustia de las gentes (v. 25), que se debatirán entre la ansiedad y el terror. Pero no va a ser lo mismo para el cristiano, que vivirá esos momentos con la cabeza erguida (v. 28), porque el triunfo de Cristo (v. 27) es el suyo propio. Entonces verá cuán fundada estaba su esperanza cuando pacientemente soportaba las dificultades (21,10-19): «Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas. (...) Que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó» (S. Cipriano, De bono patientiae 13 y 15).
Los últimos acontecimientos —de los que la ruina de la ciudad es anticipo y símbolo— serán imprevisibles (v. 35). La experiencia de la ruina de Jerusalén debe servir de aviso para estar vigilantes ante la venida imprevisible del «Hijo del Hombre», de modo que nos encuentre dignos. De ahí la exhortación final a velar, llevando una vida sobria (v. 34) y de oración (v. 36) que nos permita estar de pie ante el Señor (cfr 21,28): «Seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve. (...) Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia. (...) Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído» (S. Policarpo, Ad Philippenses 7-8)

domingo, 25 de noviembre de 2018

Solemnidad de Jesucristo Rey del universo

Nos ha hecho estirpe real (Ap 1,5-8)



Solemnidad de Jesucristo Rey del universo – B. 2ª lectura
5Jesucristo, el testigo fiel, primogénito de los muertos y príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangrey nos ha hecho estirpe real, sacerdotes para su Dios y Padre: a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad, viene rodeado de nubes y todos los ojos le verán, incluso los que le traspasaron, y se lamentarán por él todas las tribus de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso.
En el v. 5 se aplican a Jesucristo tres títulos mesiánicos tomados del Sal 89,28-38, pero con un sentido nuevo a la luz de la fe cristiana:
1º) Jesucristo «es el testigo fiel» porque Dios ha cumplido las promesas hechas en el Antiguo Testamento de un Salvador, hijo de David (cfr 2 S 7,12-14; Ap 5,5), ya que, efectivamente, con Cristo ha llegado la salvación. Por eso, más adelante San Juan llamará a Jesucristo el «Amén» (3,14), que es como decir que con la obra de Cristo Dios ha ratificado y cumplido su Palabra; y le llamará también el «Fiel y Veraz» (19,11), porque en Jesucristo se hace patente la fidelidad de Dios y la verdad de sus promesas.
2º) A Jesús se le proclama después el «primogénito de los muertos», en cuanto que su Resurrección ha sido la victoria de la que participarán cuantos estén unidos a Él (cfr Col 1,18);
3º) Y es «príncipe de los reyes de la tierra», pues a Él pertenece el dominio universal, que se manifestará plenamente en su segunda venida, pero que ya ha comenzado a actuar venciendo el poder del pecado y de la muerte.
El Señor no se contentó con librarnos de nuestros pecados, sino que nos hizo participar de su dignidad real y sacerdotal. Por eso merece la alabanza por los siglos. «Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo, para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 10).
Aunque el texto dice, en presente, «viene rodeado de nubes» (v. 7) se ha de entender en futuro: el profeta contempló las cosas venideras como si ya estuvieran presentes (cfr Dn 7,13). Será el día del triunfo definitivo de Cristo, cuando aquellos que le crucificaron, «los que le traspasaron» (Za 12,10; cfr Jn 19,37), y los que le hayan rechazado a lo largo de la historia, verán atónitos la grandeza y la gloria del Crucificado.
Al comentar este pasaje del Apocalipsis dice S. Beda: «El que vino oculto y para ser juzgado en su primera venida, vendrá entonces de manera manifiesta. Por eso [Juan] trae a la memoria estas verdades, a fin de que lleve bien estos padecimientos aquella Iglesia que ahora es perseguida por sus enemigos y que entonces reinará con Cristo» (Explanatio Apocalypsis 1,1).

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Su reino no será destruido (Dn 7,13-14)


Solemnidad de Jesucristo Rey del universo – B. 1ª lectura
13 Seguí mirando en mi visión nocturna
y he aquí que con las nubes del cielo venía como un hijo de hombre.
Avanzó hasta el anciano venerable y fue llevado ante él.
14 A él se le dio dominio, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
Su dominio es un dominio eterno que no pasará;
y su reino no será destruido.
El que viene en las nubes del cielo «como un hijo de hombre» y al que, tras el juicio, se le da el reino universal y eterno, es la antítesis de las bestias antes mencionadas en esta visión. No ha surgido del mar tenebroso como aquéllas, ni tiene aspecto terrible y feroz, sino que ha sido suscitado por Dios —viene en las nubes—, y lleva en sí la debilidad humana. En ese juicio el hombre parece recuperar su dignidad frente a las bestias a las que está llamado a dominar (cfr Sal 8). Tal figura representa, como se interpretará más adelante, al «pueblo de los santos del Altísimo» (7,27), es decir, al Israel fiel. Sin embargo, también es una figura singular, como lo era el cuerno pequeño o el león con alas, y, en cuanto que se le da un reino, es un rey. Se trata de una figura individual que representa al pueblo. Ese hijo del hombre fue entendido como el Mesías personal en el judaísmo contemporáneo de Jesucristo (Libro de las Parábolas de Henoc); pero tal título sólo se une a los sufrimientos del Mesías y a su resurrección de entre los muertos cuando Jesucristo se lo aplica a Sí mismo en el Evangelio. «Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cfr Mt 16,23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre “que ha bajado del cielo” (Jn 3,13; cfr Jn 6,62; Dn 7,13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28; cfr Is 53,10-12)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 440).
La Iglesia cuando proclama en el Credo que Cristo se sentó a la derecha del Padre confiesa que fue a Cristo a quien se le dio el imperio: «Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Dn 7,14). A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del “Reino que no tendrá fin” (Símbolo de Nicea-Constantinopla)» (ibidem, n. 664).

sábado, 17 de noviembre de 2018

DOMINGO 33 TIEMPO ORDINARIO- 2 LECTURA

Con una sola oblación hizo perfectos para siempre a los que son santificados (Hb 10,11-14.18)


33º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
11 Mientras todo sacerdote se mantiene en pie día tras día para celebrar el culto y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar los pecados, 12 él, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la diestra de Dios, 13 y sólo le queda esperar que sus enemigos le sean puestos como estrado de sus pies; 14 porque con una sola oblación hizo perfectos para siempre a los que son santificados. 18 Ahora bien, donde hay remisión de pecados ya no hay ofrenda por ellos.
El sacrificio de Jesucristo es superior a los sacrificios de la Antigua Ley. Éstos tenían que reiterarse (cfr vv. 1-4) y no podían borrar los pecados (v. 11). En cambio, el sacrificio de Cristo en la cruz es único y perfecto «para siempre» (vv. 12-14). Los que participan de él alcanzan la perfección, es decir, el perdón de los pecados, la pureza de conciencia y el acceso y la unión con Dios. En otras palabras, la santidad deriva del sacrificio del Calvario.
Conviene recordar que la Santa Misa es la renovación de este único sacrificio de Cristo, pero no reiteración al modo de los antiguos sacrificios: «El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz; sólo difiere la manera de ofrecer” (Cc. de Trento: DS 1743)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1367)

lunes, 12 de noviembre de 2018

Tiempo Ordinario Domingo 33

El Hijo del Hombre viene sobre las nubes con gran poder y gloria (Mc 13,24-32)


33º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
24 Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, 25 y las estrellas caerán del cielo, y las potestades de los cielos se conmoverán. 26 Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes con gran poder y gloria. 27 Y entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
28 Aprended de la higuera esta parábola: cuando sus ramas están ya tiernas y brotan las hojas, sabéis que está cerca el verano. 29 Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que es inminente, que está a las puertas. 30 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
32 Pero nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.
Tras el tiempo de la Iglesia militante, viene el tiempo del Hijo del Hombre triunfante. El destino del mundo se resume en el momento glorioso en el que Jesús viene a juzgar al mundo y salvar a sus elegidos (vv. 26-27). Los sufrimientos de los cristianos son el camino que conduce a la venida gloriosa del Hijo del Hombre.
En dos ocasiones, y referidas a dos momentos distintos, habló el Señor de su venida triunfal como Hijo del Hombre. En casa de Caifás, les dijo a los presentes: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes» (14,62); aquí, en cambio, habla de un momento más remoto y dice que al final de la historia, los que vivan entonces, «verán» al Hijo del Hombre (v. 26). Por tanto, parece que las palabras de Jesús señalan dos momentos distintos: en casa de Caifás anuncia su resurrección gloriosa, que es como una señal de su posterior venida triunfante. En ambos casos, la profecía del Señor evoca al Hijo del Hombre glorioso anunciado por el profeta Daniel (Dn 7,1-28): pueden sucederse los reinados opuestos al pueblo de los santos, pero al final se rendirán ante Él y le acatarán. Por otra parte, las señales que se mencionan en los versículos anteriores (vv. 24-25) recuerdan el juicio vindicativo de Dios sobre Babilonia y Edom (Is 13,10; 34,4); Dios está preparado para juzgar, para premiar y para castigar. La significación del pasaje la resumía San Agustín cuando comentaba la venida en majestad del Hijo del Hombre: «Veo que esto se puede entender de dos maneras. Puede venir sobre la Iglesia como sobre una nube, como ahora no cesa de venir, conforme a lo que dijo: Ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la virtud viniendo sobre las nubes del cielo. Pero entonces vendrá con gran poder y majestad porque en los santos aparecerán más su poder y su majestad divinas, porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran en las persecuciones. Aunque puede entenderse también como que viene en su Cuerpo, en el que está sentado a la derecha del Padre, en el que murió y resucitó» (Epistolae 199,11,41).
Los versículos finales del discurso (vv. 18-37) resumen cuál debe ser la actitud de los discípulos del Señor (v. 37): estar en vela, vigilantes (vv. 33.35.37). Lo seguro es que el Señor vendrá. Con la imagen de la higuera (v. 28), el último árbol en dar hojas en el ciclo anual, enseña que es posible que tarde en llegar más de lo que piensan, pero su venida es segura, tan segura como el ciclo del árbol. Eso es lo que permite distinguir una frágil espera de una esperanza segura.
«Nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre» (v. 32). La frase ha sido una de las crux interpretum de los estudiosos de los evangelios. En el contexto de las palabras de Jesús (vv. 30-33), tiene más lógica que aislada. Los escritos apocalípticos presentaban nuevas revelaciones sobre los acontecimientos de la generación presente y el eón o mundo futuro (v. 30). En esa línea argumental, Jesús les dice que no den fe a nuevas revelaciones (v. 32), sólo sus palabras tienen valor perenne (v. 31), y sus palabras son únicamente una: velad (v. 33). En estas condiciones, las palabras de Jesús pueden interpretarse, como hicieron algunos Padres, no como desconocimiento de Cristo acerca de ese momento, sino como conveniencia de no manifestarlo, y pueden interpretarse también como desconocimiento de Jesús en cuanto hombre: «Cuando los discípulos le preguntaron sobre el fin, ciertamente, conforme al cuerpo carnal, les respondió: Ni siquiera el Hijo, para dar a entender que, como hombre, tampoco lo sabía. Es propio del ser humano el ignorarlo. Pero en cuanto que Él era el Verbo, y Él mismo era el que había de venir, como juez y como esposo, por eso conoció cuándo y a qué hora había de venir. (...) Pero como se hizo hombre, tuvo hambre y sed y padeció como los hombres y del mismo modo que los hombres, en cuanto hombre no conocía, pero en cuanto Dios, en cuanto era el Verbo y la Sabiduría del Padre, no desconocía nada» (S. Atanasio, Contra Arianos 3,46).

El donativo de la Viuda

El donativo de la viuda (Mc 12,38-44)


32º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
38 Y en su enseñanza, decía:
—Cuidado con los escribas, a los que les gusta pasear vestidos con largas túnicas y que los saluden en las plazas; 39 los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes. 40 Devoran las casas de las viudas y fingen largas oraciones. Éstos recibirán una condena más severa.
41 Sentado Jesús frente al gazofilacio, miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. 42 Y al llegar una viuda pobre, echó dos monedas pequeñas, que hacen la cuarta parte del as. 43 Llamando a sus discípulos, les dijo:
—En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que han echado en el gazofilacio, 44 pues todos han echado algo de lo que les sobra; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento.
Los otros dos evangelios sinópticos recogen duros reproches de Jesús a algunos escribas y fariseos (cfr Mt 23,1-36; Lc 11,37-54, y notas). San Marcos sólo retiene estas palabras (vv. 38-40) como parte de esa enseñanza. Con ellas reprende el afán desordenado de honores humanos: «Es de advertir que no prohibe los saludos en la plaza ni ocupar los primeros asientos a quienes corresponde por su oficio; sino que previene a los fieles que deben guardarse, como de hombres malos, de los que aman indebidamente tales honores» (S. Beda, In Marci Evangelium, ad loc.).
Si la conducta de los escribas es la que se debe rechazar, la de la viuda pobre es la que se debe imitar. Frente a la ostentación de los escribas (vv. 38-40) y a la apariencia de los ricos (v. 41), Jesús opone la rectitud de intención y la generosidad de espíritu de la viuda paupérrima: «¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 829)

sábado, 27 de octubre de 2018

Tu eres Sacerdote Eterno

Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec (Hb 5,1-6)

30º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
Porque todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede compadecerse de los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está rodeado de debilidad, y a causa de ella debe ofrecer expiación por los pecados, tanto por los del pueblo como por los suyos.Y nadie se atribuye este honor, sino el que es llamado por Dios, como Aarón.
De igual modo, Cristo no se apropió la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que se la otorgó el que le dijo:
Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.
Asimismo, en otro lugar, dice también:
Tú eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec.
Cristo es Sumo Sacerdote, el Sumo Sacerdote que puede realmente liberarnos del pecado. Más aún, Cristo es el único Sacerdote per­fecto, siendo los demás sacerdotes —los de las religiones naturales, los de la religión hebraica—, tan sólo prefigu­racio­nes de Cristo. Jesucristo es verda­dero sacerdote, porque fue escogido por Dios (vv. 5-6; cfr Ex 6,20; 7,1-2; 28,1-5; etc.), como lo fue Aarón, pero no según el «orden» del sacerdocio levítico, al que perteneció Aarón, sino según un orden superior a éste, el orden de Mel­quisedec (cfr 5,11-14; 7,1-28). «Orden» se entiende aquí en el sentido que entre los romanos se daba a un determinado rango en el ejército o a las corporaciones o cuerpos constituidos civilmente. Esta palabra se empleaba sobre todo para referirse al cuerpo de los que gobernaban. Este uso ha pasado a la Iglesia, en la expresión «Sacramento del Orden».
Las palabras del v. 1 consti­tuyen una definición, breve y exacta, de lo que es todo sacerdote. «El oficio propio del sacerdote es el de ser mediador entre Dios y el pueblo, en cuanto que, por un lado, entrega al pueblo las cosas divinas, de donde le viene el nombre de “sacerdote”, esto es, “el que da las cosas sagradas”; (...) y, por otro, ofrece a Dios las oraciones del pueblo, e igualmente satisface a Dios por los pecados de ese mismo pueblo» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae3,22,1).

Domingo XXX Tiempo Ordinario

La fe de Bartimeo (Mc 10,46-52)


30º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
46 Llegan a Jericó. Y cuando salía él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna.47 Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos:
—¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
48 Y muchos le reprendían para que se callara. Pero él gritaba mucho más:
—¡Hijo de David, ten piedad de mí!
49 Se paró Jesús y dijo:
—Llamadle.
Llamaron al ciego diciéndole:
—¡Ánimo!, levántate, te llama.
50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús le preguntó:
—¿Qué quieres que te haga?
—Rabboni, que vea —le respondió el ciego.
52 Entonces Jesús le dijo:
—Anda, tu fe te ha salvado.
Y al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino.
Marcos relata en este milagro numerosos detalles que informan sobre la condición de Bartimeo (v. 46) y su actitud ante Jesús: la fuerza y la insistencia de su petición (vv. 47-48), la despreocupación por sus cosas ante la llamada (v. 50), la fe y la sencillez en su diálogo con el Señor (v. 51). Como consecuencia de su fe, la situación de Bartimeo cambia radicalmente: de estar ciego y sentado junto al camino (v. 46) ha pasado a recobrar la vista y a seguir a Jesús por su camino (v. 52).
El camino hacia la fe de Bartimeo puede ser el nuestro si somos capaces de repetir en nuestra vida sus acciones. Primero, su oración, su clamar ante Jesucristo, que se reviste de todos los matices que puede tener nuestra invocación al Señor: le llama «Rabboni», es decir, mi maestro (v. 51), «Hijo de David», es decir, Rey Mesías, misericordioso como Dios (v. 47), y, sobre todo, «Jesús»: «El Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. (...) El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio corazón» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2666).
Pero la fe de Bartimeo no se manifiesta sólo en la petición, abarca también las obras: deja el manto, salta para acercarse a Jesús (v. 50), y le sigue camino de Jerusalén: «Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y sacrificada. No te hagas ilusiones, no pienses en descubrir modos nuevos. La fe que Él nos reclama es así: hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 198).

miércoles, 17 de octubre de 2018

Domingo XXIX Tiempo Ordinario

Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia (Hb 4,14-16)

29º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
14 Ya que tenemos un Sumo Sacerdote que ha entrado en los cielos —Jesús, el Hijo de Dios—, mantengamos firme nuestra confesión de fe. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado. 16 Por lo tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno
El cristiano debe poner su confianza en el nuevo Sumo Sacerdote, Cristo, que penetró en los cielos, y en su misericordia, porque se compadece de nuestras debilidades: «Los que ha­bían creído sufrían por aquel entonces una gran tempestad de tentaciones; por eso el Apóstol los consuela, enseñando que nuestro Sumo Pontífice no sólo conoce en cuanto Dios la debilidad de nuestra naturaleza, sino que también en cuanto hombre experimentó nuestros sufrimientos, aunque estaba exento de pecado. Por conocer bien nuestra debilidad, puede concedernos la ayuda que necesitamos, y al juzgarnos dictará su sentencia teniendo en cuenta esa debilidad» (Teodoreto de Ciro, Interpretatio ad Hebraeosad loc.). La respuesta frente a la bondad del Señor debe ser la de mantener nuestra profesión de fe.
La impecabilidad de Cristo, afir­mada en la Sagrada Escritura (cfr Jn 8,46; Rm 8,3; 2 Co 5,21; 1 P 1,19; 2,21-24), es lógica consecuencia de su condición divina y de su integridad y santidad humana. Al mismo tiempo la debilidad de Cristo, «probado en todo» (v. 15), voluntariamente asumida por amor a los hombres, fundamenta nuestra confianza de que obtendremos de Él fuerza para re­sistir al pecado. «¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso (Ex 22,27). Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia... (Hb 4,16). Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 7).

La palabra de Dios es viva y eficaz

La palabra de Dios es viva y eficaz (Hb 4,12-13)

28º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
12 Ciertamente, la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón.13 No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuenta.
En estos versículos la «Palabra» se refiere posible­mente a la totalidad de la revelación, que se mani­fiesta de modo pleno y perfecto en Jesucristo, fundamento de la vida de la Iglesia: «Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, ali­mento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n. 21).
De la Palabra se dice que es eficaz y engendra vida; también hay en ella algo que inspira temor y reverencia al hombre para no comportarse ante ella con ligereza. La intimidad más honda de la persona, sus pensamientos, disposiciones e intenciones últimas, quedarán desnudos ante los ojos escrutadores de Dios. Comentando este pasaje, Balduino de Canterbury señala: «Es eficaz y más tajante que espada de doble filo para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de doble filo, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos» (Tractatus 6).

domingo, 30 de septiembre de 2018

DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO

El que no está contra nosotros, con está nosotros (Mc 9,38-43. 45. 47-48)


26º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
38 Juan le dijo:
—Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros.
39 Jesús contestó:
—No se lo prohibáis, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: 40 el que no está contra nosotros, con nosotros está. 41 Y cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa.
42 »Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y fuera arrojado al mar. 43 Y si tu mano te escandaliza, córtatela. Más te vale entrar manco en la Vida que con las dos manos acabar en el infierno, en el fuego inextinguible. 45 Y si tu pie te escandaliza, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la Vida que con los dos pies ser arrojado al infierno. 47 Y si tu ojo te escandaliza, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al infierno, 48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.
Se recoge aquí un conjunto de enseñanzas de Jesús que se refieren principalmente a lo que debe ser la vida de la Iglesia.
A propósito del que expulsaba demonios en nombre de Cristo, el Señor les enseña a tener amplitud de miras en el crecimiento del Reino de Dios (vv. 38-40) y les previene —a ellos y a nosotros— contra el exclusivismo y el espíritu de partido único. El episodio finaliza (v. 41) con una novedosa doctrina que Jesucristo predicó en otras muchas ocasiones (cfr Mt 25,40.45): los cristianos debemos reconocerle en el necesitado, o sea, en un niño que nada puede por sí mismo (vv. 36-37), o en el discípulo que se ha desprendido de todo para seguir el ejemplo de su Maestro (v. 41). No importa cuánto se ofrezca, pero sí importa el amor con que se haga: «¿Ves ese vaso de agua o ese trozo de pan que una mano caritativa da a un pobre por amor de Dios? Poca cosa es en realidad y casi no estimable al juicio humano; pero Dios lo recompensa y concede inmediatamente por ello aumento de caridad» (S. Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios 3,2).
La siguiente parte del pasaje (vv. 42-48) comprende unas exhortaciones ante el peligro del escándalo: las acciones, las actitudes o los comportamientos que pueden arrastrar a otros a obrar mal. Van expresadas con tintes graves, que muestran aspectos de la radicalidad de la ética cristiana, y sientan las bases de la doctrina moral sobre la ocasión de pecado: estamos tan obligados a evitar la ocasión próxima de pecado como el pecado mismo. El bien eterno de nuestra alma es superior a toda otra estimación de bienes temporales. Por tanto, todo aquello que nos pone en peligro próximo de pecado debe ser cortado y arrancado de nosotros.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Esfuerzo, servicio, ideales

Esfuerzo, servicio, ideales

— Acompañamos a Jesús, que va regresando con sus discípulos de esos días de vacaciones en Cesarea de Filipo, y les va diciendo algo que los deja preocupados: Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba instruyendo a sus discípulos. Y les decía: -El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días. Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle (Mc 9,30-32).
— Comprendemos y compartimos su preocupación, porque a nadie le agrada sufrir, pero forma parte de la lógica de Dios, impresa en la propia naturaleza, que para tener fruto es necesario poner generosidad y esfuerzo: como la siembra del campo, como el trabajo de la recolección. Somos conscientes de que también sucede así en nuestra vida: para ser hombres que puedan aportar algo a la sociedad y ellos mismos se realicen en su trabajo, necesitamos estudiar, adquirir conocimientos, desarrollar competencias, forjar nuestro carácter, aprender a sufrir (también en el deporte, fútbol o ciclismo, o cualquiera, sólo llegan a triunfar los que se someten voluntariamente a una disciplina de entrenamientos, preparación, comidas, etc.)
— A la vez, el Evangelio nos cuenta algo que retrata muy bien el carácter de los Apóstoles, y el nuestro: Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: -¿De qué hablabais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor (Mc 9,33-34). ¡Qué torpes y egoístas! Jesús va camino de la Cruz, y ellos no piensan en otra cosa que en quién mandará sobre los demás. Así somos a veces, egoístas. No nos damos cuenta de las necesidades de los demás, sino que vamos a lo nuestro, y pasamos de los otros.
— Por eso las palabras de Jesús se dirigen a cada uno en particular: Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo: -Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos. Y acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado (Mc 9,35-37). Logrará triunfar en la vida, ser feliz, aquel que aprende a servir, el que no se mueve por egoísmo, sino por prestar atención a las necesidades de los demás.
— Si no nos detenemos a pensar, podemos andar desorientados por la vida. Buscamos los placeres inmediatos, y nos olvidamos de lo que realmente hace disfrutar. Pero Dios ve las cosas de otro modo, y les pone un niño por delante para que aprendan en dónde está Jesús siempre: en los pequeños, los necesitados, los que requieren ayuda.
— A veces en la vida vamos tan pegados a la tierra que tenemos una visión plana, pero la vida real es en 3D. San Josemaría lo explicaba así a los muchachos con los que hablaba: La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. –Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen (Camino 279).
— Jesús, ¿me conformo con llevar una vida plana, pegada a la tierra, sin darme cuenta de lo que me pierdo, o tengo hambre de ideales? La juventud es “revolucionaria”, no se conforma contemplando a personas que sufren o que no han descubierto aquello que los haría felices: la fe y el trato con Dios, los ideales del Evangelio.
— El trabajo que hay que hacer en el mundo es muy grande. Hay bastante gente que trabaja por hacer un mundo mejor, siguiendo a Jesús, pero son pocos. El Señor nos necesita y invita a seguirlo. Nunca es tarde. Aunque llevemos años en que nuestra vida cristiana apenas se vaya manteniendo, siempre es buen momento para pisar el acelerador de la correspondencia a la gracia y sumarse a la aventura.
— No retrasarlo. Es verdad que, en la vida, aunque hayan pasado los años, siempre estamos a tiempo. Pero es mucho más bonito no esperar a viejo, porque estaremos desaprovechando muchas oportunidades de servir, de ayudar, y de ser más felices.
— Vamos a decirle al Señor que sí, que aquí estamos con él. ¿Por dónde empezamos?
-  Primero por abrirle nuestro corazón, sacando lo que nos pese –y nos lo perdonará todo en la confesión– y adquirir la fortaleza que necesitamos, con el alimento de la Eucaristía frecuente.
-  Profundizar en la amistad con él, hablando: oración. Formarnos bien para profundizar en la en el conocimiento de Jesús y de lo que Él nos enseña para nuestra vida.
-  Viendo el mundo y las necesidades de los demás, y reaccionando: servicio, comenzando por lo primero que es el estudio responsable y profundo. Pero también la solidaridad: visitas ancianos o enfermos, etc.
— La Virgen, desde el Cielo, nos puede abrir los ojos para que veamos con la lógica de Dios. Madre mía, enséñame a mirar la realidad con profundidad, con todas sus dimensiones, con visión sobrenatural, y a actuar en consecuencia.

EL JUSTO NOS ES MOLESTO

El justo nos es molesto (Sb 2,12.17-20)

25º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
Se dijeron los impíos:
12 Preparemos trampas para el justo, pues nos es molesto:
se opone a nuestros actos,
nos echa en cara pecados contra la Ley,
nos denuncia de faltas contra la educación que recibimos.
17 Veamos si son veraces sus palabras,
pongamos a prueba cómo es su salida.
18 Si el justo es de verdad hijo de Dios, Él le amparará
y le librará de manos de los adversarios.
19 Sometámosle a prueba con ultraje y tortura
para cerciorarnos de su rectitud y comprobar su paciencia.
20 Condenémosle a muerte ignominiosa,
pues, según sus palabras, Dios le asistirá.
El impío no se limita a disfrutar de los placeres, sino que no tolera la presencia del justo, porque le es un constante reproche; por eso lo somete a la prueba del tormento y de un fin ignominioso, para ver si Dios, al que el justo llama Padre, le ayuda realmente. Si no es así, la razón estará de su parte. Las palabras de los impíos, dichas de forma irónica, ­tienen eco en los ultrajes de escribas y sacerdotes contra Jesús en la cruz (cfr Mt 27,40-43; Mc 15,31-32; Lc 23,35-37).

Nótese que el justo se dice «hijo de Dios» (v. 18). Supone una novedad en el pensamiento judío, pues hasta entonces «hijo de Dios» era considerado todo el pueblo de Israel o el rey que lo representaba (cfr Ex 4,22; Dt 14,1; 32,6; Sal 2; Is 30,1.9; Os 11,1). Pero ya en los libros más tardíos del Antiguo Testamento (por ejemplo, en Si 23,4; 51,14) se vislumbraba la paternidad de Dios respecto de cada justo. De todas formas, el título «hijo de Dios» se aplica propiamente al Mesías, que es el Justo por antonomasia. Por eso, estas palabras se cumplen en Jesucristo, el Hijo de Dios.

domingo, 16 de septiembre de 2018

EL VALOR DEL SUFRIMIENTO

El valor del sufrimiento (Mc 8, 27-35)


24º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
27 Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino comenzó a preguntar a sus discípulos:
—¿Quién dicen los hombres que soy yo?
28 Ellos le contestaron:
—Juan el Bautista. Y hay quienes dicen que Elías, y otros que uno de los profetas.
29 Entonces él les pregunta:
—Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Le responde Pedro:
—Tú eres el Cristo.
30 Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto.
31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar después de tres días.
32 Hablaba de esto claramente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. 33Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo:
—¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres.
34 Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo:
—Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. 35 Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.
Se recoge aquí uno de los momentos centrales de la relación de los discípulos con Jesús: la confesión de su mesianismo. El diálogo muestra hasta qué punto es importante la respuesta que da Pedro. En efecto, lo que los hombres piensan de Jesús es, humanamente, lo más grande que podía concebir un judío piadoso: un profeta, o el mismo ­Elías (cfr 9,11). Pero San Pedro con su respuesta no expresa una opinión, sino que hace una auténtica profesión de fe cuyo sentido explícito encontramos en Mt 16,16-17. La firmeza de la fe de Pedro, y de sus sucesores, es punto de apoyo para la confesión de fe de los creyentes: «Todo ello es fruto, queridos hermanos, de aquella confesión que, inspirada por el Padre en el corazón de Pedro, supera todas las incertidumbres de las opiniones humanas y alcanza la firmeza de la roca que nunca será cuarteada por ninguna violencia. En toda la Iglesia, Pedro confiesa diariamente: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, y toda lengua que confiesa al Señor está guiada por el magisterio de esta confesión» (S. León Magno, Sermo 3 in anniversario ordinationi suae).
Significativamente, el Señor no rechaza el título de «Cristo» que le da Pedro (v. 29), pero lo sustituye inmediatamente por el de «Hijo del Hombre» (8,31), indicando de esa manera que la confesión de Pedro es correcta pero incompleta. Jesús entiende su misión como Mesías desde la perspectiva de Dios, no desde la perspectiva de los hombres: «Conviene tener en cuenta que mientras el Señor dice de sí mismo que es el Hijo del Hombre, Natanael lo llama Hijo de Dios (Jn 1,49). (...) Y esto sucedió mediante un providencial equilibrio, puesto que debía presentarse la doble existencia del Mediador, Dios y Señor nuestro, como Dios Señor y como simple hombre: el Dios hombre ha dado solidez a la fragilidad humana, y el simple hombre ha añadido el poder de la divinidad que poseía: uno ha profesado su humildad, otro su grandeza» (S. Beda, Homiliae 1,17).
Tras la confesión de Pedro, cambia el horizonte del evangelio. Desde ahora, Jesús se dedica con mayor intensidad a la formación de sus discípulos mostrándoles la necesidad de su pasión para entrar en su gloria (8,31-9,13). Comienza la revelación de Jesús como Siervo sufriente. Es el camino de la cruz que Cristo aceptó para sí (cfr 8,31) y que cada cristiano debe recorrer (8,34).
Jesucristo inicia aquí una enseñanza particular a sus discípulos acerca del verdadero sentido de su misión: la salvación se realizará a través del sufrimiento y de la cruz, y, por eso, quien quiera seguirle tiene que estar dispuesto a la renuncia de sí mismo (8,34-38). El diálogo con Pedro (8,31-33) ilustra de manera concentrada la paradoja cristiana: a Pedro le cuesta comprender que el triunfo de Cristo sea realmente la cruz. Cristo le reprende abiertamente porque ese modo humano de ver las cosas es incompatible con el plan de Dios. También nosotros podemos quedarnos a menudo en una visión empequeñecida: «Hay en el ambiente una especie de miedo a la Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural (...). En la Pasiónla Cruz dejó de ser símbolo de castigo para convertirse en señal de victoria.La Cruz es el emblema del Redentor: in quo est salus, vita et resurrectio nostra: allí está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección» (S. Josemaría Escrivá, Via Crucis 2,5).
Las palabras de Jesús (8,34-35) debieron de parecer estremecedoras a quienes las escuchaban, pero dan la medida de lo que Cristo exige para seguirle: no un entusiasmo pasajero, ni una dedicación momentánea, sino la renuncia de sí mismo, el cargar cada uno con su cruz. Porque la meta que el Señor quiere para todos es la bienaventuranza. A la luz de la vida eterna es como se ha de valorar la vida presente que es transitoria, relativa, medio para conseguir la vida definitiva del Cielo: «Hay que amar al mundo, pero hay que anteponer al mundo a su creador. El mundo es bello, pero más hermoso es quien hizo el mundo. El mundo es suave y deleitable, pero mucho más deleitable es quien hizo el mundo. Por eso, hermanos amadísimos, trabajemos cuanto podamos para que ese amor al mundo no nos agobie, para que no pretendamos amar más a la criatura que a su creador. Dios nos ha dado las cosas terrenas para que le amemos a Él con todo el corazón, con toda el alma. (...) Lo mismo que nosotros amamos más a aquellos que parecen amarnos más a nosotros mismos que a nuestras cosas, así también hay que reconocer que Dios ama más a aquellos que estiman más la vida eterna que los dones terrenos» (S. Cesáreo de Arlés, Sermones 159,5-6).

jueves, 13 de septiembre de 2018

DIOS ESCOGIO A LOS POBRES DEL MUNDO

Dios escogió a los pobres del mundo (St 2,1-5)

23º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
Hermanos míos, no intentéis conciliar la fe en nuestro Señor Jesucristo, glorioso, con la acepción de personas. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con anillo de oro y vestido espléndido, y entra también un pobre mal vestido. Y os fijáis en el que lleva el vestido espléndido y le decís: «Tú, siéntate aquí, en buen sitio»; y, en cambio, al pobre le decís: «Tú, quédate ahí», o «siéntate en el suelo, a mis pies». ¿No estáis haciendo entonces distinciones entre vosotros y juzgando con criterios perversos?
Escuchad, hermanos míos queridísimos: ¿acaso no escogió Dios a los pobres según el mundo, para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?
Entre los cristianos a quienes se dirige la carta parecía darse un abuso: la acepción o discriminación de personas por razón de su nivel social (vv. 1-4). Se trataba de una manifiesta incongruencia entre la fe y la conducta. La Ley de Moisés (Dt 1,17; Lv 19,15; Is 5,23; etc.) condenaba la discriminación de personas (vv. 8-11), opuesta también al Evangelio (vv. 5-7), ya que Jesucristo corrigió las interpretaciones restringidas de esa Ley. Se señala que ese modo de comportarse será severamente castigado por Dios en el juicio (vv. 12-13).
La carta recuerda la predilección de la Iglesia por los pobres (v. 5; cfr Mt 5,3; Lc 6,20) e invita a luchar decididamente por la justicia: «Las desigualdades inicuas y las opresiones de todo tipo que afectan hoy a millones de hombres y mujeres están en abierta contradicción con el Evangelio de Cristo y no pueden dejar tranquila la conciencia de ningún cristiano» (Cong. Doctrina de la FeLibertatis con­scientia, n. 57). El fundamento se encuentra en la Sagrada Escritura: el amor al prójimo resumela Ley y los mandamientos. Jesucristo llevó este precepto a la plenitud (cfr Mt 22,39-40) y formuló el «mandamiento nuevo» (cfr Jn 13,34). Además, tanto en la Antigua Ley (vv. 10-11) como en la Nueva, «transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2069). Y, como comenta San Agustín, «quien guardare toda la ley, si peca contra un mandamiento, se hace reo de todos, ya que obra contra la caridad, de la que pende la ley entera. Se hace, pues, reo de todos los preceptos cuando peca contra aquella de la que derivan todos» (Epistolae 167, 5,16).

TIEMPO ORDINARIO CUARTO DOMINGO

La Bienaventuranzas (Mt 5,1-12a) 4º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio 1  Al ver Jesús a las multitudes, subió al mont...