sábado, 27 de octubre de 2018

Tu eres Sacerdote Eterno

Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec (Hb 5,1-6)

30º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
Porque todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede compadecerse de los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está rodeado de debilidad, y a causa de ella debe ofrecer expiación por los pecados, tanto por los del pueblo como por los suyos.Y nadie se atribuye este honor, sino el que es llamado por Dios, como Aarón.
De igual modo, Cristo no se apropió la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que se la otorgó el que le dijo:
Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.
Asimismo, en otro lugar, dice también:
Tú eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec.
Cristo es Sumo Sacerdote, el Sumo Sacerdote que puede realmente liberarnos del pecado. Más aún, Cristo es el único Sacerdote per­fecto, siendo los demás sacerdotes —los de las religiones naturales, los de la religión hebraica—, tan sólo prefigu­racio­nes de Cristo. Jesucristo es verda­dero sacerdote, porque fue escogido por Dios (vv. 5-6; cfr Ex 6,20; 7,1-2; 28,1-5; etc.), como lo fue Aarón, pero no según el «orden» del sacerdocio levítico, al que perteneció Aarón, sino según un orden superior a éste, el orden de Mel­quisedec (cfr 5,11-14; 7,1-28). «Orden» se entiende aquí en el sentido que entre los romanos se daba a un determinado rango en el ejército o a las corporaciones o cuerpos constituidos civilmente. Esta palabra se empleaba sobre todo para referirse al cuerpo de los que gobernaban. Este uso ha pasado a la Iglesia, en la expresión «Sacramento del Orden».
Las palabras del v. 1 consti­tuyen una definición, breve y exacta, de lo que es todo sacerdote. «El oficio propio del sacerdote es el de ser mediador entre Dios y el pueblo, en cuanto que, por un lado, entrega al pueblo las cosas divinas, de donde le viene el nombre de “sacerdote”, esto es, “el que da las cosas sagradas”; (...) y, por otro, ofrece a Dios las oraciones del pueblo, e igualmente satisface a Dios por los pecados de ese mismo pueblo» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae3,22,1).

Domingo XXX Tiempo Ordinario

La fe de Bartimeo (Mc 10,46-52)


30º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
46 Llegan a Jericó. Y cuando salía él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna.47 Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos:
—¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
48 Y muchos le reprendían para que se callara. Pero él gritaba mucho más:
—¡Hijo de David, ten piedad de mí!
49 Se paró Jesús y dijo:
—Llamadle.
Llamaron al ciego diciéndole:
—¡Ánimo!, levántate, te llama.
50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús le preguntó:
—¿Qué quieres que te haga?
—Rabboni, que vea —le respondió el ciego.
52 Entonces Jesús le dijo:
—Anda, tu fe te ha salvado.
Y al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino.
Marcos relata en este milagro numerosos detalles que informan sobre la condición de Bartimeo (v. 46) y su actitud ante Jesús: la fuerza y la insistencia de su petición (vv. 47-48), la despreocupación por sus cosas ante la llamada (v. 50), la fe y la sencillez en su diálogo con el Señor (v. 51). Como consecuencia de su fe, la situación de Bartimeo cambia radicalmente: de estar ciego y sentado junto al camino (v. 46) ha pasado a recobrar la vista y a seguir a Jesús por su camino (v. 52).
El camino hacia la fe de Bartimeo puede ser el nuestro si somos capaces de repetir en nuestra vida sus acciones. Primero, su oración, su clamar ante Jesucristo, que se reviste de todos los matices que puede tener nuestra invocación al Señor: le llama «Rabboni», es decir, mi maestro (v. 51), «Hijo de David», es decir, Rey Mesías, misericordioso como Dios (v. 47), y, sobre todo, «Jesús»: «El Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. (...) El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio corazón» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2666).
Pero la fe de Bartimeo no se manifiesta sólo en la petición, abarca también las obras: deja el manto, salta para acercarse a Jesús (v. 50), y le sigue camino de Jerusalén: «Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y sacrificada. No te hagas ilusiones, no pienses en descubrir modos nuevos. La fe que Él nos reclama es así: hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 198).

miércoles, 17 de octubre de 2018

Domingo XXIX Tiempo Ordinario

Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia (Hb 4,14-16)

29º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
14 Ya que tenemos un Sumo Sacerdote que ha entrado en los cielos —Jesús, el Hijo de Dios—, mantengamos firme nuestra confesión de fe. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado. 16 Por lo tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno
El cristiano debe poner su confianza en el nuevo Sumo Sacerdote, Cristo, que penetró en los cielos, y en su misericordia, porque se compadece de nuestras debilidades: «Los que ha­bían creído sufrían por aquel entonces una gran tempestad de tentaciones; por eso el Apóstol los consuela, enseñando que nuestro Sumo Pontífice no sólo conoce en cuanto Dios la debilidad de nuestra naturaleza, sino que también en cuanto hombre experimentó nuestros sufrimientos, aunque estaba exento de pecado. Por conocer bien nuestra debilidad, puede concedernos la ayuda que necesitamos, y al juzgarnos dictará su sentencia teniendo en cuenta esa debilidad» (Teodoreto de Ciro, Interpretatio ad Hebraeosad loc.). La respuesta frente a la bondad del Señor debe ser la de mantener nuestra profesión de fe.
La impecabilidad de Cristo, afir­mada en la Sagrada Escritura (cfr Jn 8,46; Rm 8,3; 2 Co 5,21; 1 P 1,19; 2,21-24), es lógica consecuencia de su condición divina y de su integridad y santidad humana. Al mismo tiempo la debilidad de Cristo, «probado en todo» (v. 15), voluntariamente asumida por amor a los hombres, fundamenta nuestra confianza de que obtendremos de Él fuerza para re­sistir al pecado. «¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso (Ex 22,27). Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia... (Hb 4,16). Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 7).

La palabra de Dios es viva y eficaz

La palabra de Dios es viva y eficaz (Hb 4,12-13)

28º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
12 Ciertamente, la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón.13 No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuenta.
En estos versículos la «Palabra» se refiere posible­mente a la totalidad de la revelación, que se mani­fiesta de modo pleno y perfecto en Jesucristo, fundamento de la vida de la Iglesia: «Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, ali­mento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n. 21).
De la Palabra se dice que es eficaz y engendra vida; también hay en ella algo que inspira temor y reverencia al hombre para no comportarse ante ella con ligereza. La intimidad más honda de la persona, sus pensamientos, disposiciones e intenciones últimas, quedarán desnudos ante los ojos escrutadores de Dios. Comentando este pasaje, Balduino de Canterbury señala: «Es eficaz y más tajante que espada de doble filo para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de doble filo, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos» (Tractatus 6).

TIEMPO ORDINARIO CUARTO DOMINGO

La Bienaventuranzas (Mt 5,1-12a) 4º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio 1  Al ver Jesús a las multitudes, subió al mont...