miércoles, 26 de junio de 2019

XIII Domingo del Tiempo Ordinario C

Exigencias del seguimiento de Jesús (Lc 9,51-62)

13º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio
51 Cuando iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. 52 Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, 53 pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. 54 Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron:
—Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
55 Pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. 56 Y se fueron a otra aldea.
57 Mientras iban de camino, uno le dijo:
—Te seguiré adonde vayas.
58 Jesús le dijo:
—Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
59 A otro le dijo:
—Sígueme.
Pero éste contestó:
—Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
60 —Deja a los muertos enterrar a sus muertos —le respondió Jesús—; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
61 Y otro dijo:
—Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa.
62 Jesús le dijo:
—Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.
Al encaminarse decididamente a Jerusalén, hacia la cruz, Jesús cumple voluntariamente el designio del Padre (cfr 9,31), que había determinado que por su pasión y muerte llegase a la resurrección y ascensión gloriosas.
«El tiempo de su partida» (v. 51). Literalmente, «el tiempo de su asunción». Se refiere al momento en que Jesucristo, abandonando este mundo, ascienda a los cielos. El evangelista describe la subida a Jerusalén como una ascensión adonde iba a manifestarse la salvación. Pero la exaltación pasa por la cruz, de ahí el doble sentido que tiene esa palabra en el leguaje cristiano: «La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria. (...) También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo» (S. Andrés de Creta, Sermo 10 de Exaltatione Sanctae Crucis).
«Pero no le acogieron» (v. 53). Los samaritanos eran enemigos de los judíos desde la mezcla de los antiguos hebreos con los gentiles que repoblaron la región de Samaría en la época del cautiverio asirio, a finales del siglo VIII a.C. (2 R 17,24-41). Las desavenencias se hicieron más intensas con la restauración de Jerusalén, tras el destierro en Babilonia (cfr Ne 13,4-31). Por estos y otros motivos, los samaritanos no reconocían el Templo de Jerusalén como el único lugar donde se podían ofrecer sacrificios, y construyeron su propio templo en el monte Garizim (cfr Jn 4,20). Jesucristo corrige el deseo de venganza de sus discípulos (vv. 54-56), opuesto a la misión del Mesías que no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos. De este modo, los Apóstoles van aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no debe ser áspero ni violento. «El Señor hace admirablemente todas las cosas (...). Actúa así con el fin de enseñarnos que la virtud perfecta no guarda ningún deseo de venganza, y que donde está presente la verdadera caridad no tiene lugar la ira y, en fin, que la debilidad no debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).
Algunos manuscritos griegos, que fueron seguidos por la Vulgata, añaden al final del v. 55: «diciendo: No sabéis a qué espíritu pertenecéis. El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos».

Como en los inicios de su actividad (cfr 5,1-11), también ahora hay personas que se sienten llamadas a seguir a Jesús (vv. 57-62). Pedro y los demás Apóstoles «dejaron todas las cosas» (cfr 5,11.28) para seguirle; estas personas, en cambio, todavía tienen que desprenderse de algo. Del mismo modo, su actitud contrasta con la de Cristo a quien poco antes el evangelista ha mostrado firmemente decidido (cfr 9,51) en su camino hacia Jerusalén. Seguir a Jesús exige radicalidad: «A veces [la voluntad] parece resuelta a servir a Cristo, pero buscando al mismo tiempo el aplauso y el favor de los hombres. (...) Se empeña en ganar los bienes futuros, pero sin dejar escapar los presentes. Una voluntad así no nos permitirá llegar nunca a la verdadera santidad» (Juan Casiano, Collationes 4,12).

lunes, 17 de junio de 2019

CORPUS CHRISTI

Esto es mi Cuerpo (1 Co 11,23-26)

Corpus Christi – C. 2ª lectura
23 Porque yo recibí del Señor lo que también os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, 24 y dando gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en conmemoración mía». 25 Y de la misma manera, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía». 26 Porque cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
En la doctrina sobre la Eucaristía que aquí transmite San Pablo emerge la importancia de la Tradición apostólica (v. 23). Junto con los textos de Mt, Mc y Lc, los vv. 23-25 constituyen el cuarto relato de la institución de la Eucaristía que conserva el Nuevo Testamento. El texto contiene los puntos fundamentales de la fe cristiana sobre el misterio eucarístico: institución de este sacramento por Jesucristo, presencia real del Señor, institución del sacerdocio cristiano, y carácter sacrificial de la Eucaristía.

«Haced esto en conmemoración mía». Este mandato indica que la Eucaristía es recuerdo, renovación y actualización del sacrificio pascual del Calvario. La Iglesia ha visto en estas palabras la institución del sacerdocio cristiano: El Señor en la Última Cena «ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino, y bajo los símbolos de esas mismas cosas los entrego, para que los tomaran, a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio les mandó —con las palabras: Haced esto en conmemoración mía— que los ofrecieran. Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia» (Conc. de Trento, De SS. Missae sacrificio, cap. 1; cfr can. 2).

lunes, 10 de junio de 2019

LA SANTISIMA TRINIDAD

El Espíritu os guiará hacia toda la verdad (Jn 16,12-15)


Santísima Trinidad – C. Evangelio
12 Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. 13 Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. 14 Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: «Recibe de lo mío y os lo anunciará».
En todo el capítulo 16 de San Juan, Jesús predice que quienes no conocen a Dios Padre ni le reconocen a Él perseguirán a sus discípulos como también le persiguieron a Él y le dieron muerte (cfr 15,18-20), pero las persecuciones y dificultades que inevitablemente han de encontrar quienes siguen a Cristo no deben ser causa de escándalo ni de desánimo.
Jesús habla del Paráclito tres veces en el Sermón de la Cena. En la primera (14,15ss.), afirma que será otro Consolador enviado por el Padre para que esté siempre con ellos; en la segunda (14,26), dice que el Padre enviará en su nombre el Espíritu de la verdad que les enseñará todo; en esta tercera (vv. 1-15), anuncia que el fruto de su ascensión al Cielo será el envío del Espíritu Santo y la acción que el Espíritu Santo realizará ante el mundo y ante los discípulos. A los discípulos, el Espíritu Santo les llevará a la plena comprensión de la verdad revelada por Cristo.
Especialmente los vv. 14-15 descubren algunos aspectos del misterio de la Santísima Trinidad. Enseñan la igualdad de las tres divinas personas al decir que todo lo que tiene el Padre es del Hijo, que todo lo que tiene el Hijo es del Padre, y que el Espíritu Santo posee también aquello que es común al Padre y al Hijo, es decir, la esencia divina.

PENTECOSTES

Os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre (Jn 14,15-16.23b-26)


Pentecostés – C. Evangelio
15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre.
23b Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he hablado de todo esto estando con vosotros; 26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.
Jesús anuncia que, tras su resurrección, enviará el Espíritu Santo a los Apóstoles, que les guiará haciéndoles recordar y comprender cuanto Él les había dicho. El Espíritu Santo es revelado así como otra Persona divina con relación a Jesús y al Padre. Con ello se anuncia ya el misterio de la Santísima Trinidad, que se revelará en plenitud con el cumplimiento de esta promesa.
El auténtico amor ha de manifestarse con obras (v. 15). «Esto es en verdad el amor: obedecer y creer al que se ama» (S. Juan Crisóstomo, In Ioannem 74). Por eso Jesús quiere hacernos comprender que el amor a Dios, para serlo de veras, ha de reflejarse en una vida de entrega generosa y fiel al cumplimiento de la voluntad divina: el que recibe sus mandamientos y los guarda, ése es quien le ama (cfr v. 21).
Paráclito (v. 16) significa «llamado junto a uno» con el fin de acompañar, consolar, proteger, defender... De ahí que el Paráclito se traduzca por «Consolador», «Abogado», etc. Jesús habla del Espíritu Santo como de «otro Paráclito» (v. 16), porque el mismo Jesús es nuestro Abogado y Mediador en el cielo junto al Padre (cfr 1 Jn 2,1), y el Espíritu Santo será dado a los discípulos en lugar suyo cuando Él suba al cielo como Abogado o Defensor que les asista en la tierra.
El Paráclito es nuestro Consolador mientras caminamos en este mundo en medio de dificultades y bajo la tentación de la tristeza. «Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 128).
Los Apóstoles se extrañan (v. 22) debido a que entienden las palabras de Jesús como una manifestación reservada sólo a ellos, mientras que era creencia común entre los judíos que el Mesías se manifestaría a todo el mundo como Rey y Salvador. La respuesta de Jesús (v. 23) es en apariencia evasiva, pero en realidad, al apuntar el modo de esa manifestación, explica por qué no se manifiesta al mundo: Él se da a conocer a quien le ama y guarda sus mandamientos. Dios se había manifestado repetidas veces en el Antiguo Testamento y había prometido su presencia en medio del pueblo (cfr Ex 29,45; Ez 37,26-27; etc.). En cambio aquí nos habla Jesús de una presencia en cada persona. A esta presencia se refiere San Pablo cuando afirma que cada uno de nosotros es templo del Espíritu Santo (cfr 1 Co 6,19; 2 Co 6,16-17).
La conciencia de esta inhabitación de la Trinidad en el alma ha sido para los santos fuente de grandes consuelos: «Ha sido el hermoso sueño que ha iluminado toda mi vida, convirtiéndola en un paraíso anticipado» (B. Isabel de la Trinidad, Epistula 1906). Y San Josemaría Escrivá, meditando en la inhabitación de la Santísima Trinidad en el al­ma, renovada por la gracia, escribe: «El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas di­vinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!» (Amigos de Dios, n. 306).
El término que traducimos por «recordar» (v. 26) incluye también la idea de «sugerir»: el Espíritu Santo traerá a la memoria de los Apóstoles lo que ya habían escuchado a Jesús, pero con una luz tal, que les capacitará para descubrir la profundidad y riqueza de lo que habían visto y escuchado. Así, «los Apóstoles comunicaron a sus oyentes los dichos y los hechos de Jesús con aquella mayor comprensión que les daban los acontecimientos gloriosos de Cristo (cfr 2,22) y la enseñanza del Espíritu de la Verdad» (Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n. 18). «En efecto, el Espíritu Santo enseñó y recordó: enseñó todo aquello que Cristo no había dicho por superar nuestras fuerzas, y recordó lo que el Señor había enseñado y que, bien por la oscuridad de las cosas, bien por la torpeza de su entendimiento, ellos no habían podido conservar en la memoria» (Teofilacto, Enarratio in Evangelium Ioannis, ad loc.).

TIEMPO ORDINARIO CUARTO DOMINGO

La Bienaventuranzas (Mt 5,1-12a) 4º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio 1  Al ver Jesús a las multitudes, subió al mont...