sábado, 25 de agosto de 2018

Tú tienes palabras de vida eterna

Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,60-69)

21º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
60 Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron:
—Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?
61 Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos estaban murmurando de esto, les dijo:
—¿Esto os escandaliza? 62Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? 63 El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida. 64 Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen.
En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar.
65 Y añadía:
—Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre.
66 Desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
67 Entonces Jesús les dijo a los doce:
—¿También vosotros queréis marcharos?
68 Le respondió Simón Pedro:
—Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; 69 nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.
En estos versículos se pone de manifiesto la recepción de las palabras del Señor por parte de los discípulos. Al revelar el misterio eucarístico, Jesucristo exige de ellos la fe en sus palabras. Su revelación no debe ser recibida de modo carnal, es decir, atendiendo exclusivamente a lo que aprecian los sentidos, o partiendo de una visión de las cosas meramente natural, sino como revelación de Dios, que es «espíritu» y «vida» (v. 63). Como en otras ocasiones (cfr 1,51; 5,20), la referencia de Jesús a acontecimientos futuros, a la gloria de su resurrección, sirve para fortalecer la fe de los discípulos, y de todos los creyentes, cuando vean cumplidas sus palabras (v. 62): «Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis» (14,29).
La promesa de la Eucaristía, que había provocado en aquellos oyentes de Cafarnaún discusiones (6,52) y escándalo (v. 61), acaba produciendo el abandono de muchos que le habían seguido (v. 66). Jesús había expuesto una verdad maravillosa y salvífica, pero aquellos discípulos se cerraban a la gracia divina, no estaban dispuestos a aceptar algo que superaba su mentalidad estrecha. El misterio de la Eucaristía exige un especial acto de fe. Por eso, ya San Juan Crisóstomo aconsejaba: «Inclinémonos ante Dios; y no le contradigamos aun cuando lo que Él dice pueda parecer contrario a nuestra razón y a nuestra inteligencia (...). Observemos esta misma conducta respecto al misterio [eucarístico], no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino atendiendo a sus palabras. Porque su palabra no puede engañar» (In Matthaeum82).
Pedro, en nombre de los Doce, expresa su fe en las palabras de Jesús porque le reconoce procedente de Dios, de manera semejante a como en Cesarea de Filipo (cfr Mt 16,13-20; Mc 8,27-30) había confesado que Jesús era el Mesías. La confesión de Pedro representa al mismo tiempo la comunión de fe de los que creen en Jesucristo, que encontrarán en la fe de Pedro y sus sucesores el criterio seguro de discernimiento sobre la verdad de lo que creen.
AUTOR: FRANCISCO VARO

Matrimonio Cristiano

El matrimonio cristiano (Ef 5,21-32)

21º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
21 Estad sujetos unos a otros en el temor de Cristo. 22 Las mujeres a sus maridos como al Señor, 23 porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, del cual él es el salvador. 24 Pues como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
25 Maridos: amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella 26 para santificarla, purificándola mediante el baño del agua por la palabra, 27 para mostrar ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga o cosa parecida, sino para que sea santa e inmaculada. 28 Así deben los maridos amar a sus mujeres, como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama,29 pues nadie aborrece nunca su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, como Cristo a la Iglesia30 porque somos miembros de su cuerpo. 31 Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. 32 Gran misterio es éste, pero yo lo digo en relación a Cristo y a la Iglesia.
El fundamento en el que se asientan la grandeza y dignidad sobrenaturales del matrimonio cristiano es que éste refleja la unión de Cristo con la Iglesia. Alexhortar a los esposos cristianos a vivir de acuerdo con su condición de miembros de la Iglesia, el Apóstol establece una analogía, por la cual el marido representa a Jesucristo y la esposa a la Iglesia. «Cristo, nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la ­caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque, así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos, para que los esposos, con su mutua entrega se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo ha amado a la Iglesia y se entregó por ella. El amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 48). El matrimonio es, pues, camino de santidad: «El matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo, (...) signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 23).
Cuando según las costumbres de la época se exhorta a las mujeres a estar sujetas a sus maridos (v. 22), se hace una invitación a cada esposa cristiana a que refleje en su conducta hacia el marido a la misma Iglesia, que actúa inseparablemente unida a Cristo. Al marido, por su parte, se le exige un sometimiento similar hacia la esposa, ya que él refleja a Jesucristo que se entrega hasta la muerte por amor a la Iglesia. «En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes» (Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 13).

jueves, 23 de agosto de 2018

PERMANECER

                                           PERMANECER
                                                                                                 Javier Herrán Gómez


“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.” (Jn.6,56) Según el relato de Juan, los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen reiteradamente a Jesús escandalizados por su lenguaje provocador: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Jesús no retira su afirmación y da a sus palabras un contenido más profundo. Ama a sus oyentes y quiere estar en ellos y que ellos estén en Él y permanecer así siempre, así como el Padre y Él.
No hay magia, es la donación de Jesús para comer y beber y así asegurar su permanencia en sus discípulos. Es la verdadera comida y bebida ya que producen vida y son parte de una experiencia especial en donde el Maestro perdura, no se ha ido. Otras lecciones van y vienen, dejan marcas, angustias de promesas no cumplidas, alegrías que se acaban y sufrimientos; Jesús se mantiene, la vida que da es eterna.
Lo sorprendente es que los creyentes dejan que se pierda el don que Jesús hace de su cuerpo y su sangre. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo permanecer en Jesús? ¿Por qué la misa es más devoción u obligación religiosa que necesidad?
La soledad de la persona moderna, abatida o humillada, que anhela paz y respiro, el pecador que busca perdón y consuelo o quien tiene el corazón roto, hambreado de amor y amistad, encuentra respuesta en la promesade Jesús de permanecer en él a través de la eucaristía. La permanenciade Jesús en el discípulo es descanso de los problemas, tensiones y malas noticias que presionan por todas partes.
El discípulo en sintonía con Jesús abre su corazón y se acerca a los que le necesitan. Quien comulga podrá fallar a Jesús, pero Él no falla, permanece, está presente para despertar lo mejor del discípulo y darle vida. 

VIDA ETERNA

Quien come este pan vivirá eternamente (Jn 6,51-58)


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20º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
51 Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
52 Los judíos se pusieron a discutir entre ellos:
—¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
53 Jesús les dijo:
—En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 57 Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. 58 Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente.
En esta segunda parte del discurso, Cristo revela el misterio de la Eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan fuerte que excluyen cualquier interpretación en sentido figurado. Los oyentes entienden el sentido propio y directo de las palabras de Jesús (v. 52), pero no creen que tal afirmación pueda ser verdad. De haberlo entendido en sentido figurado o simbólico no les hubiera causado tan gran extrañeza ni se hubiera producido la discusión. De aquí también nace la fe de la Iglesia en que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. «El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambiotransubstanciación” (DS 1642)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1376).
Tres veces (cfr vv. 31-32.49.58) compara Jesús el verdadero Pan de Vida, su propio Cuerpo, con el maná, con el que Dios había alimentado a los hebreos diariamente durante cuarenta años en el desierto. Así, hace una invitación a alimentar frecuentemente nuestra alma con el manjar de su Cuerpo: «De la comparación del Pan de los Ángeles con el pan y con el maná fácilmente podían los discípulos deducir que, así como el cuerpo se alimenta de pan diariamente, y cada día eran recreados los hebreos con el maná en el desierto, del mismo modo el alma cristiana podría diariamente comer y regalarse con el Pan del Cielo. A más de que casi todos los Santos Padres de la Iglesia enseñan que el “pan de cada día”, que se manda pedir en la oración dominical, no tanto se ha de entender del pan material, alimento del cuerpo, cuanto de la recepción diaria del Pan Eucarístico» (S. Pío X, Sacra Tridentina Synodus, 20-XII-1905).

homilía en la Misa de la Casa Santa Marta Papa Francisco

El Papa en Santa Marta. Foto: Vatican Media
El Papa en Santa Marta. Foto: Vatican Media
El Papa Francisco invitó en su homilía en la Misa de la Casa Santa Marta a rezar por los enemigos, por aquellos que “nos quieren destruir”, y amarlos.
“Lo decimos todos los días en el Padre Nuestro, pedimos perdón como nosotros perdonamos: es una condición”, indicó.
“Rezar por aquellos que quieren destruirme, los enemigos, para que Dios los bendiga: esto es realmente difícil de entender. Pensemos en el siglo pasado, los pobres cristianos rusos que por el solo hecho de ser cristianos eran enviados a Siberia a morir de frío: ¿y ellos debían orar por el gobernante verdugo que mandaba allí?, ¿cómo es posible?”.
“Muchos lo hicieron: rezaron. Pensemos en Auschwitz y en otros campos de concentración: ellos tenían que orar por ese dictador que quería la raza pura y asesinaba sin escrúpulos, y rezar para que Dios los bendijera. Y lo hicieron muchos”.
Francisco destacó la “distancia” que muchas veces existe “entre nosotros que muchas veces no perdonamos pequeñas cosas, y esto que nos pide el Señor y de lo que nos ha dado ejemplo: perdonar a aquellos que buscan destruirnos. En las familias es muy difícil, a veces, perdonarse los cónyuges después de alguna discusión, o perdonar a la suegra tampoco es fácil”.
“El hijo, pedir perdón a su padre, es difícil. Pero perdonar a aquellos que te están asesinando, que quieren echarte… No solo hay que perdonar: ¡rezad por ellos, para que Dios los custodie! Es más: amadles. Solo la palabra de Jesús puede explicar esto”.
El Papa finalizó invitando a rezar “por los enemigos” porque, además “creo que todos nosotros los tenemos”. “Nos hará bien pensar en alguno que nos ha hecho el mal, que nos quiere hacer el mal o busca hacer el mal. La oración mafiosa es ‘me la pagarás’” pero “la oración cristiana es ‘Señor, dale tu bendición y enséñame a amarlo’. Rezamos por él”.

TIEMPO ORDINARIO CUARTO DOMINGO

La Bienaventuranzas (Mt 5,1-12a) 4º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio 1  Al ver Jesús a las multitudes, subió al mont...