viernes, 30 de agosto de 2019

XXII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado (Lc 14,1.7-14)

22º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio
1 Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos y ellos le estaban observando.
7 Les proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos:
8 —Cuando alguien te invite a una boda, no vayas a sentarte en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que tú haya sido invitado por él 9 y, al llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: «Cédele el sitio a éste», y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. 10 Al contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. 11 Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
12 Decía también al que le había invitado:
—Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. 13 Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos; 14 y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte. Se te recompensará en la resurrección de los justos.
El marco de la comida a la que ha sido invitado proporciona a Jesús ocasión para varias enseñanzas. Aquí desarrolla una lección sobre la humildad. «Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante —a mi parecer sin considerarlo, sino de presto— esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entiende, agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén» (Sta. Teresa de Jesús, Moradas 6,10,8).
En las palabras que Jesús dirige a quien le ha invitado (vv. 12-14) muestra que la humildad ha de completarse con la práctica de la caridad. También al dar hay que desechar todo deseo de vanagloria o de recompensa humana, y mirar primero a Dios (cfr 12,22-34 y nota), de quien hemos recibido todo: «¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y humana, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco? (...) ¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de Él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si Él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos? No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido» (S. Gregorio Nacianceno, De pauperum amore 23-24).

martes, 27 de agosto de 2019

(Hb 12,5-7.11-13)

El Señor corrige al que ama (Hb 12,5-7.11-13)

21º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura
"5 Habéis olvidado la exhortación dirigida a vosotros como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando Él te reprenda; 6 porque el Señor corrige al que ama y azota a todo aquel que reconoce como hijo.
7 Lo que sufrís sirve para vuestra corrección. Dios os trata como a hijos, ¿y qué hijo hay a quien su padre no corrija? 11 Toda corrección, al momento, no parece agradable sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia en los que en ella se ejercitan. 12 Por lo tanto, levantad las manos caídas y las rodillas debilitadas, 13 y dad pasos derechos con vuestros pies, para que los miembros cojos no se tuerzan, sino más bien se curen"(Hb 12,5-7.11-13).
 
Siguiendo el ejemplo de Jesús —que dio su vida por nuestros pecados, entregándola hasta la muerte—, los cristianos debemos luchar contra el pecado y ser perseverantes en las tribulaciones y persecuciones, porque si vienen es señal de que el Señor las permite para nuestro bien. Dios es un padre bueno, que educa tierna y firmemente a sus hijos. Nos corrige, mediante la contradicción, para hacernos santos (v. 10). De este modo, una enfermedad, o cualquier otra desgracia a los ojos de los hombres, puede ser el medio previsto por Dios para expiar por los pecados o para configurarse más con Cristo. Los sufrimientos son, pues, manifestación de ese amor paternal de Dios y al mismo tiempo prueba de nuestra condición de hijos suyos (v. 8). Conviene aceptarlos, porque son lo mejor para nosotros: «Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. (...) Y yo, que quiero también cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por compañero de camino al sufrimiento? Constituirá una señal cierta de mi filiación, porque me trata como a su Divino Hijo» (S. Josemaría Escrivá, Via Crucis 1,1).

martes, 20 de agosto de 2019

XXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

Vendrán de lejos y se sentarán a la mesa (Lc 13,22-30)

21º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio
22 Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. 23 Y uno le dijo:
—Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les contestó:
24 —Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. 25 Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y os responderá: «No sé de dónde sois». 26 Entonces empezaréis a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». 27 Y os dirá: «No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad». 28 Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. 29 Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. 30 Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.
A propósito de una pregunta, Jesús expone su doctrina sobre la salvación. Ésta no está ligada a un privilegio de raza (v. 26), sino al combate espiritual (v. 27). «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), aunque para alcanzar la salvación «los creyentes han de emplear todas sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 40). Esto es lo que se indica con la imagen de la «puerta angosta». Con ella se nos alerta del peligro de crearse falsas seguridades. Pertenecer al pueblo, o haber conocido al Señor y haber escuchado su palabra, no es suficiente para alcanzar el Cielo; sólo los frutos de correspondencia a la gracia tendrán valor en el juicio divino.
En varias ocasiones alude Jesús a la vida eterna con la imagen de un banquete (v. 29; cfr 12,35-40; 14,15-24; etc.) al que todos están llamados: «Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfueran bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta» (ibidem, n. 16).

martes, 13 de agosto de 2019

XX DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO "C"

Estamos ante una nube de testigos (Hb 12, 1-4)

20º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura
1 Por consiguiente, también nosotros, que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, sacudámonos todo lastre y el pecado que nos asedia, y continuemos corriendo con perseverancia la carrera emprendida: 2 fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de la fe, que, despreciando la ignominia, soportó la cruz en lugar del gozo que se le proponía, y está sentado a la diestra del trono de Dios. 3 Por eso, pensad atentamente en aquel que soportó tanta contradicción por parte de los pecadores, para que no desfallezcáis ni decaiga vuestro ánimo. 4 No habéis resistido todavía hasta la sangre al combatir contra el pecado.
La «nube de testigos» (v. 1) y la referencia a Cristo como «iniciador y consumador» (literalmente, «perfeccionador») enlaza con el pasaje anterior (cfr 11,4-38.40). El modelo y el fundamento de la perseverancia, a la que se aludía en 10,36, es Cristo. Él es ejem-plo perfecto de obediencia, de fidelidad a su misión, de unión con el Padre, de paciencia en el sufrimiento. Cristo es presentado como un atleta fuerte y generoso que corre su carrera (cfr 1 Co 9,24; Flp 2,16; 1 Tm 6,12; 2 Tm 2,5), que sabe iniciar y sabe terminar su esfuerzo, que no desfallece y consigue el triunfo. Los cristianos debemos vivir de la misma manera. Es como oír de nuevo las palabras de Flp 2,5-9: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...». Su ejemplo alienta a superar el desprecio y recuerda que el cristiano no se puede extrañar si, en lugar del triunfo y del gozo, encuentra humilla-ciones y hostilidad (cfr Mt 10,24-25; Jn 15,20). «¿Qué te enseña Cristo desde lo alto de la Cruz, de la que no quiso bajar, sino que te armes de valor ante los que te insultan y seas fuerte con la fuerza de Dios?» (S. Agustín, Enarrationes in Psalmos 70,1).

jueves, 8 de agosto de 2019

Domingo XIX Tiempo Ordinario Ciclo C

El administrador fiel y prudente (Lc 12,32-48)

19º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio
32 No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. 33 Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no envejecen, un tesoro que no se agota en el cielo, donde el ladrón no llega ni la polilla corroe. 34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
35 Tened ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, 36 y estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. 37 Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. 38 Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así, dichosos ellos. 39 Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. 40 Vosotros estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
41 Y le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
42 El Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de la casa para dar la ración adecuada a la hora debida? 43 Dichoso aquel siervo a quien su amo cuando vuelva encuentre obrando así. 44 En verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. 45 Pero si ese siervo dijera en sus adentros: «Mi amo tarda en venir», y comenzase a golpear a los criados y criadas, a comer, a beber y a emborracharse, 46 llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. 47 El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos azotes; 48 en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán.
La exhortación a estar vigilantes aparece con frecuencia en la predicación de Cristo (cfr Mt 24,42; 25,13; Mc 14,34) y en la de los Apóstoles. De una parte, porque el enemigo está siempre al acecho (cfr 1 P 5,8), y de otra, porque quien ama nunca duerme (cfr Ct 5,2). Manifestaciones concretas de esa vigilancia son el espíritu de oración (cfr 21,36; 1 P 4,7) y la fortaleza en la fe (cfr 1 Co 16,13).
Ahora Jesús, invita a la vigilancia mediante dos imágenes: la cintura ceñida y la lámpara encendida (v. 35). Las amplias vestiduras que usaban los judíos se ceñían a la cintura para realizar algunos trabajos, para viajar, etc., por lo que «tener las cinturas ceñidas» indica un gesto de disponibilidad y de rechazo a cualquier relajamiento (cfr Jr 1,17; Ef 6,14; 1 P 1,13). Del mismo modo, «tener las lámparas encendidas» indica la actitud propia de quien vigila o espera la venida de alguien. Después, el Señor acude a dos comparaciones (vv. 36-40) para señalar cómo debe ser la espera vigilante ante su venida segura: como el criado espera a su amo, o como el dueño espera al ladrón; ambos saben que el «otro» va a venir y que en ese encuentro se decide su futuro. En el marco de esas enseñanzas, nos quedamos deslumbrados ante el contenido del v. 37: no es fácil pensar en un señor de la época que sirva a sus criados porque le esperan cuando llega tarde, pero eso es lo que hace el Señor con sus siervos fieles: se ciñe la cintura y les sirve (cfr Jn 13,1-20).

Ante la pregunta de San Pedro (v. 41), Jesús introduce la cuestión de la responsabilidad de quienes ocupan algún cargo (vv. 42-48a) y, en general, de todos (v. 48b). El Señor lo explica especificando que no será igual la suerte del fiel (vv. 43-44) que la del cínico (vv. 45-46), ni la del débil (v. 47) será como la del ignorante (v. 48). «Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad. Es menester, en primer lugar, que los pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote, pastor y obispo de nuestras almas; cumplido así, su ministerio será para ellos un magnífico medio de santificación» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 41).

TIEMPO ORDINARIO CUARTO DOMINGO

La Bienaventuranzas (Mt 5,1-12a) 4º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio 1  Al ver Jesús a las multitudes, subió al mont...