2º domingo de Adviento – C. Evangelio
1 El
año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador
de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y
de la región de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, 2 bajo
el sumo sacerdote Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de
Zacarías, en el desierto. 3 Y recorrió toda la región del Jordán
predicando un bautismo de penitencia para remisión de los pecados, 4 tal
como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
Voz del que clama en el desierto:
«Preparad
el camino del Señor,
haced
rectas sus sendas.
5 Todo valle será
rellenado,
y
todo monte y colina allanados;
los caminos torcidos serán rectos,
y
los caminos escarpados serán llanos.
6 Y todo hombre verá la
salvación de Dios».
Los cuatro evangelios recogen la
actividad del Bautista que precedió la vida pública de Cristo. Lucas la
presenta con más detalle y orden: describe el marco general (vv. 1-2), la
misión de Juan (vv. 3-6), el contenido de su predicación (vv. 7-14), su
relación con el Mesías venidero (vv. 15-18) y su encarcelamiento (vv. 19-20).
Lucas sitúa en el tiempo y en el
espacio la aparición pública de Juan Bautista (vv. 1-2). El año decimoquinto
del imperio de Tiberio César corresponde al 27 ó al 28/29 de nuestra era, según
dos cómputos de tiempo posibles (ver Cronología
de la vida de Jesús, pp. 48-50). Poncio Pilato fue praefectus de Judea («procurador» en la terminología posterior)
desde el año 26 al 36; su jurisdicción se extendía también a Samaría e Idumea.
El Herodes que se menciona es Herodes Antipas, que murió el año 39. Filipo,
hermanastro de Herodes Antipas, fue tetrarca de las regiones indicadas en el
texto hasta el año 33/34. No es el mismo Herodes Filipo que estaba casado con
Herodías, de la que se habla en el v. 19. El sumo sacerdote era Caifás, que
ejerció su pontificado desde el año 18 al 36. Anás, su suegro, había sido
depuesto el año 15 por la autoridad romana, pero conservaba mucha influencia en
la política y la religión judías (cfr Jn 18,13; Hch 4,6). La mención de las
circunstancias históricas, seguida de la expresión «vino la palabra de Dios
sobre...» (v. 2), es frecuente en el inicio de muchos libros proféticos (Ez
1,3; cfr Os 1,1; Mi 1,1; So 1,1; etc.). De este modo el texto sugiere, como
después afirmará Jesús expresamente (16,16), que Juan es el último de los
profetas, y a través de él, Dios, con su palabra (v. 2), inaugura el último
acto de la historia.
El evangelista presenta la figura del
Bautista a la luz de un texto del libro de Isaías (vv. 4-6; cfr Is 40,3-5). En
esta parte de Isaías se anuncia al pueblo hebreo que, tras el destierro de
Babilonia, habrá un nuevo éxodo; entonces, el pueblo que caminará a través del
desierto hasta llegar a la tierra de promisión ya no será guiado por Moisés
sino por Dios mismo. El oráculo de Isaías citado es común a los tres evangelios
sinópticos, pero sólo San Lucas recoge el último versículo: «Y todo hombre verá
la salvación de Dios». De este modo, la dimensión universal del Evangelio se
presenta desde la misión misma del Bautista. Todos, hasta los publicanos (v.
12) o los soldados (v. 14), tienen acceso a la salvación: «El Señor desea abrir
en vosotros un camino por el que pueda penetrar en vuestras almas. (...) El camino
por el que ha de penetrar la palabra de Dios consiste en la capacidad del
corazón humano. El corazón del hombre es grande, espacioso y capaz. (...)
Prepara un camino al Señor mediante una conducta honesta, y con acciones
irreprochables allana tú el sendero, para que la palabra de Dios camine hacia
ti sin obstáculo» (Orígenes, Commentaria
in Ioannem 21,5-7).
Ante la venida inminente del Señor, los hombres deben disponerse
interiormente, hacer penitencia de sus pecados, rectificar su vida para recibir
la gracia que trae el Mesías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario