Marta y María (Lc 10,38-42)
16º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio
38 Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer que se 
llamaba Marta le recibió en su casa. 39 Tenía ésta una hermana llamada 
María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Pero 
Marta andaba afanada con numerosos quehaceres y poniéndose delante dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile entonces que me ayude.
41 Pero el Señor le respondió:
—Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. 42 
Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que 
no le será arrebatada.
El evangelio nos habla en varias ocasiones (cfr Jn 11,1-45; 12,1-10) de 
estos tres hermanos —Lázaro, Marta y María— con los que Jesús tenía un 
trato de amistad. Las palabras de Jesús no son tanto un reproche a Marta
 como un elogio encendido de la actitud de María, que escucha la palabra
 del Señor: «Aquélla se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía 
muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas» 
(S. Agustín, Sermones 103,3).
A veces se ha visto en Marta el símbolo de la vida de la tierra y en 
María la del cielo. Otras veces se ha considerado a Marta como símbolo 
de la vida activa, y a María de la contemplativa. En la Iglesia hay 
diversas vocaciones, pero acción y contemplación deben estar presentes 
en toda vida cristiana. Cada bautizado está llamado a alcanzar una 
unidad de vida en la que el trato con Dios y la fidelidad a la misión se
 armonizan. Como San Josemaría enseñaba, «en esta tierra, la 
contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia 
en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a 
Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer
 día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una 
unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran 
todas nuestras acciones. Cristo nos espera. (...) Seamos almas 
contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; 
desde el primer pensamiento del día al último de la -noche, poniendo de 
continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a Él por 
Nuestra Madre Santa María y, por Él, al Padre y al Espíritu Santo» (Es Cristo que pasa,
 n. 126). Y también explicaba en otro lugar: «Dios os llama a servirle 
en y desde las tareas civiles materiales, seculares de la vida humana. 
(...) Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las 
situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir» (Conversaciones, n. 114).

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