EVANGELIO San Juan 10,27-30
En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; 10,28: yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrancará de mi mano. 10,29: Mi Padre que me las ha dado es más que todos y nadie puede arrancar nada de las manos de mi Padre. 10,30: El Padre y yo somos uno. – Palabra del Señor
La tierra de Israel es en gran parte montañosa y se utiliza para el
pastoreo de ovejas. Guardianes de rebaños eran Abel, Abrahán, Jacob,
Moisés, David. No debe, por tanto, causar consternación que se utilicen
imágenes de la vida pastoral en la Biblia. Dios es llamado “pastor de
Israel”: que conduce a su pueblo como ovejas, los trata con amor y
cuidado, los guía hacia abundantes pastos y manantiales de agua fresca
(Sal 23,1; 80,2). Incluso el Mesías es anunciado por los profetas como
un pastor para guiar a Israel: “Se acerca el día en que suscitaré un rey
que será descendiente de David. Él gobernará con prudencia, justicia y
rectitud” (Jer 23,1-6; Ez 34).
Jesús se referirá a estas imágenes cuando un día, descendiendo desde
el barco, ve una gran multitud corriendo a pie para escuchar su palabra
de esperanza. Marcos dice: “tuvo compasión de ellos porque eran como
ovejas sin pastor” (Mc 6,33-34).
En el Evangelio de Juan, Jesús se presenta como el pastor esperado
(Jn 10,11.14), como el que va a conducir a la gente a lo largo del
camino de la rectitud y fidelidad al Señor.
El cuarto domingo de Pascua se llama el domingo del Buen Pastor, ya
que cada año, la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo 10 de
Juan, donde Jesús mismo es el verdadero pastor. Los cuatro versos que
leemos en el Evangelio de hoy se han extraído de la parte final del
discurso de Jesús y quieren ayudarnos a profundizar el significado de
esta imagen bíblica.
Comencemos con una aclaración: cuando hablamos de Jesús, el Buen
Pastor, la primera imagen que viene a la mente es la del Maestro que
sostiene un cordero en sus brazos o en los hombros. Es cierto: Jesús es
el buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, pero esta es la
reproducción de la parábola que se encuentra en el Evangelio de Lucas
(15,4-8). El buen pastor del que habla Juan no tiene nada que ver con
esta imagen dulce y tierna. Jesús no se presenta a sí mismo como alguien
que cariñosamente acaricia al cordero herido, sino como el hombre duro,
fuerte, decidido a luchar contra los bandidos y los animales feroces,
como lo hizo David, persiguiendo al león o al oso que arrebata una de
las ovejas lejos del rebaño; David lo derriba y le quita la víctima de
su boca (1 Sam 17,34-35). Jesús es el buen pastor porque él no tiene
miedo de luchar hasta dar su vida por las ovejas que él ama (Jn 10,11).
La primera frase que Jesús pronuncia es muy fuerte: Mis ovejas
–dice– jamás perecerán; y nadie las arrebatará de mi mano (v. 28). La
salvación de las “ovejas” no está garantizada por su docilidad, su
lealtad, sino por la iniciativa, el valor, el amor gratuito e
incondicional del “pastor”. ¡Este es el gran anuncio! Esta es la hermosa
noticia que la Pascua
anuncia y lo que un creyente cristiano debe comunicar a cada persona.
Incluso tiene que garantizarles a quienes todo les va mal en la vida:
sus miserias, sus defectos, sus opciones de muerte no serán capaces de
derrotar al amor de Cristo.
Hay que aclarar la segunda imagen, la de las ovejas, ya que puede
provocar cierta incomodidad. ¿Quiénes son la manada que va tras el “Buen
Pastor”? Algunos quizás respondan espontáneamente: los laicos que
dócilmente aceptan y practican todas las normas establecidas por el
clero. Los pastores son, por tanto, la jerarquía de la iglesia, mientras
que las ovejas serían los simples fieles.
No es así: el único pastor es Cristo, porque, como hemos señalado en
la segunda lectura, Cristo es el Cordero que ha sacrificado su propia
vida. Sus ovejas son aquellos que tienen el coraje de seguirlo en este
regalo de la vida. El pastor es entonces un cordero que comparte con
todos la suerte del rebaño.
Hay otra idea errónea que debe corregirse, la de identificar a todos
los bautizados con el rebaño de Cristo. Hay áreas grises en la iglesia
que se excluyan del Reino de Dios, ya que prosperan en el pecado,
mientras que hay enormes márgenes, más allá de los confines de la
Iglesia, que caen dentro del Reino de Dios porque el Espíritu está
trabajando allí. La acción del Espíritu se manifiesta en el impulso del
don de la vida al hermano o hermana: “El que vive en amor, vive en Dios y
Dios en él” (1 Jn 4,16). El que, sin conocer a Cristo, se sacrifica por
los pobres, practica la justicia, la hermandad, el intercambio de
bienes, la hospitalidad, la lealtad, la sinceridad, el rechazo a la
violencia, el perdón de los enemigos, el compromiso con la paz, pueden
ser discípulos del buen pastor. Esto debería hacer pensar a tantos
cristianos, que están revolcándose en la complacencia de sí mismos que
eventualmente podría resultar en trágicas ilusiones. El pastor puede un
día, inesperadamente decir a algunos: “No sé de dónde son ustedes” (Lc
13,25).
El sentirse seguros, la desconfianza preconcebida contra los
miembros de otras religiones y los prejuicios hacia los no creyentes
están todavía tan profundamente arraigados y son tan perniciosos como el
falso irenismo.
¿Cómo se puede llegar a ser miembros de la grey que sigue a Jesús?
¿Qué ocurre con las ovejas que son fieles a él? El evangelio de hoy dice
que no somos nosotros los que tomamos la iniciativa de seguirlo. Él es
el que llama: “Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me
siguen” (v. 27).
Los discípulos de Jesús viven en este mundo, entre la gente.
Escuchan muchas llamadas e incluso reciben mensajes engañosos. Hay
muchos que se hacen pasar por pastores, que prometen la vida, el
bienestar, la felicidad e invitan a la gente a seguirlos. Es fácil ser
engañado por charlatanes. En medio de muchas voces, ¿cómo se puede
reconocer la voz del verdadero Pastor? Es necesario acostumbrar al oído.
El que oye a una persona sólo durante cinco minutos, y después de un
año no le oye nada más, le resultará difícil distinguir la voz del otro
en la multitud. El que escucha el evangelio sólo una vez al año, no
aprende a reconocer la voz del Señor que habla.
No es fácil confiar en Jesús porque él no promete éxito, triunfos,
victorias, como hacen los demás pastores. Se pide la entrega de sí
mismo, exige la renuncia de buscar el propio provecho, exige el
sacrificio de la vida. Y, sin embargo, asegura, este es el único camino
que conduce a la vida eterna (vv. 28-29). No hay atajos; indicar otros
caminos es hacer trampa y conduce a la muerte.
El pasaje termina con las palabras de Jesús: “Yo y el Padre somos
uno” (v. 30). Esta afirmación un tanto abstracta indica el camino a
seguir para lograr la unidad con Dios. Es necesario llegar a ser “uno”
con Cristo. Esto significa que uno tiene que lograr la unidad de
pensamientos, intenciones y acciones con él.
Esta afirmación nos hace reflexionar sobre el ministerio de los que
son llamados a “pastorear” el rebaño de Cristo. A veces, en la comunidad
cristiana, hay una cierta tensión entre los que, con términos no muy
exactos, son llamados: el clero y los laicos. Algunos dicen que los
laicos debe estar unidos con sus “pastores”; otros dicen que estos
pastores deben estar unidos con el pueblo de Dios. Tal vez sea más
correcto pensar que todo el pueblo de Dios, laicos y clérigos, junto
deberían seguir al único pastor que es Jesús y llegar a ser, con él,
“uno” con el Padre.
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