jueves, 9 de mayo de 2019

IV Domingo de Pascua


 Resultado de imagen para buen pastor


EVANGELIO San Juan 10,27-30

En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; 10,28: yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrancará de mi mano. 10,29: Mi Padre que me las ha dado es más que todos y nadie puede arrancar nada de las manos de mi Padre. 10,30: El Padre y yo somos uno. – Palabra del Señor

La tierra de Israel es en gran parte montañosa y se utiliza para el pastoreo de ovejas. Guardianes de rebaños eran Abel, Abrahán, Jacob, Moisés, David. No debe, por tanto, causar consternación que se utilicen imágenes de la vida pastoral en la Biblia. Dios es llamado “pastor de Israel”: que conduce a su pueblo como ovejas, los trata con amor y cuidado, los guía hacia abundantes pastos y manantiales de agua fresca (Sal 23,1; 80,2). Incluso el Mesías es anunciado por los profetas como un pastor para guiar a Israel: “Se acerca el día en que suscitaré un rey que será descendiente de David. Él gobernará con prudencia, justicia y rectitud” (Jer 23,1-6; Ez 34).

Jesús se referirá a estas imágenes cuando un día, descendiendo desde el barco, ve una gran multitud corriendo a pie para escuchar su palabra de esperanza. Marcos dice: “tuvo compasión de ellos porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6,33-34).

En el Evangelio de Juan, Jesús se presenta como el pastor esperado (Jn 10,11.14), como el que va a conducir a la gente a lo largo del camino de la rectitud y fidelidad al Señor.

El cuarto domingo de Pascua se llama el domingo del Buen Pastor, ya que cada año, la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo 10 de Juan, donde Jesús mismo es el verdadero pastor. Los cuatro versos que leemos en el Evangelio de hoy se han extraído de la parte final del discurso de Jesús y quieren ayudarnos a profundizar el significado de esta imagen bíblica.

Comencemos con una aclaración: cuando hablamos de Jesús, el Buen Pastor, la primera imagen que viene a la mente es la del Maestro que sostiene un cordero en sus brazos o en los hombros. Es cierto: Jesús es el buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, pero esta es la reproducción de la parábola que se encuentra en el Evangelio de Lucas (15,4-8). El buen pastor del que habla Juan no tiene nada que ver con esta imagen dulce y tierna. Jesús no se presenta a sí mismo como alguien que cariñosamente acaricia al cordero herido, sino como el hombre duro, fuerte, decidido a luchar contra los bandidos y los animales feroces, como lo hizo David, persiguiendo al león o al oso que arrebata una de las ovejas lejos del rebaño; David lo derriba y le quita la víctima de su boca (1 Sam 17,34-35). Jesús es el buen pastor porque él no tiene miedo de luchar hasta dar su vida por las ovejas que él ama (Jn 10,11).

La primera frase que Jesús pronuncia es muy fuerte: Mis ovejas –dice– jamás perecerán; y nadie las arrebatará de mi mano (v. 28). La salvación de las “ovejas” no está garantizada por su docilidad, su lealtad, sino por la iniciativa, el valor, el amor gratuito e incondicional del “pastor”. ¡Este es el gran anuncio! Esta es la hermosa noticia que la  Pascua anuncia y lo que un creyente cristiano debe comunicar a cada persona. Incluso tiene que garantizarles a quienes todo les va mal en la vida: sus miserias, sus defectos, sus opciones de muerte no serán capaces de derrotar al amor de Cristo.

Hay que aclarar la segunda imagen, la de las ovejas, ya que puede provocar cierta incomodidad. ¿Quiénes son la manada que va tras el “Buen Pastor”? Algunos quizás respondan espontáneamente: los laicos que dócilmente aceptan y practican todas las normas establecidas por el clero. Los pastores son, por tanto, la jerarquía de la iglesia, mientras que las ovejas serían los simples fieles.

No es así: el único pastor es Cristo, porque, como hemos señalado en la segunda lectura, Cristo es el Cordero que ha sacrificado su propia vida. Sus ovejas son aquellos que tienen el coraje de seguirlo en este regalo de la vida. El pastor es entonces un cordero que comparte con todos la suerte del rebaño.

Hay otra idea errónea que debe corregirse, la de identificar a todos los bautizados con el rebaño de Cristo. Hay áreas grises en la iglesia que se excluyan del Reino de Dios, ya que prosperan en el pecado, mientras que hay enormes márgenes, más allá de los confines de la Iglesia, que caen dentro del Reino de Dios porque el Espíritu está trabajando allí. La acción del Espíritu se manifiesta en el impulso del don de la vida al hermano o hermana: “El que vive en amor, vive en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). El que, sin conocer a Cristo, se sacrifica por los pobres, practica la justicia, la hermandad, el intercambio de bienes, la hospitalidad, la lealtad, la sinceridad, el rechazo a la violencia, el perdón de los enemigos, el compromiso con la paz, pueden ser discípulos del buen pastor. Esto debería hacer pensar a tantos cristianos, que están revolcándose en la complacencia de sí mismos que eventualmente podría resultar en trágicas ilusiones. El pastor puede un día, inesperadamente decir a algunos: “No sé de dónde son ustedes” (Lc 13,25).

El sentirse seguros, la desconfianza preconcebida contra los miembros de otras religiones y los prejuicios hacia los no creyentes están todavía tan profundamente arraigados y son tan perniciosos como el falso irenismo.

¿Cómo se puede llegar a ser miembros de la grey que sigue a Jesús? ¿Qué ocurre con las ovejas que son fieles a él? El evangelio de hoy dice que no somos nosotros los que tomamos la iniciativa de seguirlo. Él es el que llama: “Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen” (v. 27).

Los discípulos de Jesús viven en este mundo, entre la gente. Escuchan muchas llamadas e incluso reciben mensajes engañosos. Hay muchos que se hacen pasar por pastores, que prometen la vida, el bienestar, la felicidad e invitan a la gente a seguirlos. Es fácil ser engañado por charlatanes. En medio de muchas voces, ¿cómo se puede reconocer la voz del verdadero Pastor? Es necesario acostumbrar al oído. El que oye a una persona sólo durante cinco minutos, y después de un año no le oye nada más, le resultará difícil distinguir la voz del otro en la multitud. El que escucha el evangelio sólo una vez al año, no aprende a reconocer la voz del Señor que habla.

No es fácil confiar en Jesús porque él no promete éxito, triunfos, victorias, como hacen los demás pastores. Se pide la entrega de sí mismo, exige la renuncia de buscar el propio provecho, exige el sacrificio de la vida. Y, sin embargo, asegura, este es el único camino que conduce a la vida eterna (vv. 28-29). No hay atajos; indicar otros caminos es hacer trampa y conduce a la muerte.

El pasaje termina con las palabras de Jesús: “Yo y el Padre somos uno” (v. 30). Esta afirmación un tanto abstracta indica el camino a seguir para lograr la unidad con Dios. Es necesario llegar a ser “uno” con Cristo. Esto significa que uno tiene que lograr la unidad de pensamientos, intenciones y acciones con él.

Esta afirmación nos hace reflexionar sobre el ministerio de los que son llamados a “pastorear” el rebaño de Cristo. A veces, en la comunidad cristiana, hay una cierta tensión entre los que, con términos no muy exactos, son llamados: el clero y los laicos. Algunos dicen que los laicos debe estar unidos con sus “pastores”; otros dicen que estos pastores deben estar unidos con el pueblo de Dios. Tal vez sea más correcto pensar que todo el pueblo de Dios, laicos y clérigos, junto deberían seguir al único pastor que es Jesús y llegar a ser, con él, “uno” con el Padre.

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